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Saturday, August 11, 2012

El libre mercado es libertad

Muchos de quienes defendemos el libre mercado no lo hacemos porque creamos que sea la solución a todo, sino porque permite a los individuos solucionar problemas libremente sin interferencia del gobierno, que tiende a monopolizar y concentrar en lugar de permitir la diversidad y libre elección. Lo cual de por sí hace del libre mercado un ambiente mucho más rico en experiencias y tender hacia las más valoradas y sostenibles.

La concepción del mercado perfecto es un invento neoclásico, y cuando los estatistas dicen criticar la libertad de mercado no están criticando al libre mercado real, sino a una teoría equivocada de él, y con ello caen en un enfoque aún peor: en que el gobierno sí puede ser perfecto (o mucho peor todavía: la adulación bruta a un líder perfecto que hace todo perfecto). Sin embargo, el gobierno, al controlar, monopolizar y regular logra lo contrario a lo que busca o dice buscar. Las acciones económicas de los individuos se tornan menos diversas y más ajustadas a un modelo único.

Las experiencias económicas en un régimen de libre mercado, también entran en crisis, porque la experiencia humana es un continuum de ensayo y error, y no una obra de dioses infalibles. Por lo tanto el problema que quienes defendemos el libre mercado tenemos con el estatismo no proviene de una creencia en un mercado perfecto. Cuando bajo libre mercado un modelo de acción entra en crisis, es muy localizado, dada la diversidad existente. Y el agujero dejado es rápidamente asimilado dada la libertad de acción. Pero cuanta más regulación hay, o cuanto más estricto es el modelo impuesto por el estado, la diversidad es menor, la capacidad del mercado de autosanearse (es decir, la capacidad de los individuos de resolver problemas) es menor, y la crisis de un modelo afecta a una parte mucho mayor de la sociedad.

La crisis reciente no fue causada por la falta de regulación, sino todo lo contrario, fue consecuencia de un modelo financiero enormemente alentado desde los gobiernos mediante subsidios, emisión monetaria y rescates financieros, que en cascada afectaron también modelos asistencialistas también enormemente alentados por los gobiernos, mediante impuestos y regulaciones. Y todas esas imposiciones se logran en detrimento de la libertad y de lo que sí funciona, es decir, lo que es valorado y sostenible, que es lo que genera las ganancias que son extraídas por los gobiernos para subsidiar lo alentado por ellos.

Por eso además es que el libre mercado ni siquiera es un modelo económico, sino simplemente una forma más de libertad. Y cuando uno defiende la libertad de mercado no lo hace con el propósito de defender alguna forma de perfección, sino simplemente de defender la libertad. Muy al contrario, los creyentes en algo perfecto son precisamente los críticos del libre mercado y apologistas del estado como agente de planificación central.

Y es la libertad la que permite la abundancia de bienes, servicios y trabajo. Todo lo cual no aparece como por arte de magia gracias al libre mercado, sino a las acciones inteligentes de los individuos en libertad, las cuales se verán obstaculizadas por las interferencias del gobierno, que a su vez son alentadas por los creyentes en un modelo único y en líderes políticos iluminados, elevados al nivel de dioses, misticismo que asegura el camino a las grandes crisis recurrentes, sin importar cuánta fé se tenga en ellos ni cuántos sean quienes los voten. Por este motivo, lo único que abunda en las sociedades con menos libertades, aparte de las amenazas y la prepotencia de los gobernantes y sus obsecuentes, es la escasez.

Otro aspecto de las críticas al libre mercado es la idea de que el libre mercado genera injusticia social. El concepto de justicia implícito detrás de estas críticas es que no es justo que unos ganen o tengan más que otros. A quienes valoramos la libertad no sólo no nos preocupa la desigualdad, sino que entendemos que imponer la igualdad a lo único que lleva es a la igualdad de pobreza, por las razones arriba mencionadas, mientras que en libertad, la pobreza es algo que costantemente se está superando por niveles de riqueza cada vez mayor para casi todos los que estamos dispuestos a superarla. Para el resto, la solidaridad privada es suficiente.

Es en cambio la interferencia del gobierno la que no sólo obstaculiza la superación de la pobreza, sino que como consecuencia de eso, y también por acostumbramiento, crea individuos dependientes de esa interferencia para sobrevivir. No existen los gobiernos solidarios ni que alienten la solidaridad. Todo lo que hacen es quitarle a unos para darle a otros. La solidaridad es un acto voluntario, no un acto de fuerza. Ser "solidarios" con lo ajeno no engrandece a ningún gobierno, sino al contrario, deja en evidencia que no es más que un vulgar ladrón legalizado.

Para quienes creemos en la libertad entonces, justicia no es que todos seamos iguales o tengamos lo mismo (una concepción radicalmente materialista, aunque después sean los mismos que digan que lo material importa poco) sino que es un sinónimo de libertad: que ningún ser humano tiene el derecho de usar la fuerza contra otro o contra la propiedad de otro, para obligarlo a hacer lo que no quiere hacer o prohibirle hacer lo que quiere hacer (siempre y cuando lo que quiere hacer no implique a su vez utilizar la fuerza contra un tercer individuo o su propiedad, por los mismos motivos). Es decir, se fundamenta en un pacto de no agresión.

En cambio, el concepto de justicia en términos de igualdad materialista violenta tal pacto, pues es necesario el ejercicio de la fuerza contra otros o la propiedad de otros para cumplir con semejante ideal. Y un resultado muy común y hasta predecible, de los modelos de igualdad materialista, es que esa igualdad no se aplica a los propios líderes que gobiernan. Es el privilegio de ser quien tiene a los individuos armados bajo su control ideológico para controlar al resto por medio de ellos.

En resumen, libre mercado significa libertad de experimentar, cometer errores, volver a intentar y encontrar soluciones. Poder creer en algo y hacerlo. E implica hacerse responsable de los errores propios, no pasarles el costo a los que pagan impuestos. Y la planificación central, los subsidios, impuestos y el intervencionismo estatal en general, son exactamente lo opuesto: sumisión a lo que otros creen mejor, sufrir innecesariamente errores de otros, creer en personajes iluminados que hacen todo perfecto, y menos libertad de errar y acertar uno mismo. Y por lo tanto, menos diversidad, es decir mayor totalitarismo.

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