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Saturday, September 27, 2008

Capitalismo y Crisis

Si alguien como Chávez, Castro, miss Kirchner o algun otro de esos lamentables personajes caricaturescos del populismo latinoamericano hubiera observado la evolución de la vida en el planeta en un punto estrecho de su recorrido, y registrado extinciones de especies, no hubiera dudado en gritar con ojos desorbitados y disimulada alegría que el "modelo evolutivo" del planeta es un fracaso y que se necesita la intervención de Dios o del Estado, y como tal, la de ellos mismos, como sus elegidos representantes iluminados, para evitar la gran catástrofe que se avecina.

Sin embargo, una vez que seguimos atentamente la línea temporal de dicha evolución, nos damos cuenta que la extinción de las especies no ha implicado en absoluto la degradación de la vida en el planeta, --lo que ciertos ideólogos denominarían "sistema"--, ya que otras especies que se han adaptado exitosamente al medio ambiente cambiante, han continuado el camino evolutivo y la han enriquecido exponencialmente, incluso en períodos de extinciones masivas.

Esta analogía no es un argumento para demostrar que el capitalismo va a sobrevivir a esta crisis y que quienes dicen lo contrario están equivocados. Es para mostrar cuán necios pueden ser ciertos líderes --cuyos modelos son los que realmente han fracasado-- al aprovechar la situación actual de crisis para tejer discursos que engañan a la gente vendiéndoles la conveniencia de someterse a sus designios.

Desde que tengo uso de razón estos personajes ha proclamado el fin del "sistema capitalista" una y otra vez con cada crisis, para luego comprobar azorados y desilusionados la misma verdad en cada caso: lejos de llegar a su fin, el "sistema" se ha fortalecido.

El gran problema de los movimientos anticapitalistas y los líderes megalómanos que obtienen rédito de ellos, es su total ignorancia de qué es el capitalimo. En primer lugar, el capitalismo, al igual que la evolución de la vida, no es un "sistema", al menos no en el sentido en que el anticapitalismo utiliza este término: como un conjunto de reglas, --un régimen--, sostenido por unos privilegiados para su conveniencia. Si quieren encontrar un sistema de privilegios, eso búsquenlo precisamente en las sociedades en las que aquellos personajes gobiernan con poder concentrado en sus manos.

Y al igual que la evolución biológica, el capitalismo no es más que una dinámica contínuamente revolucionaria con agentes en constante competencia, innovación, fracaso y éxito.

Y si esto es así, es porque las instituciones liberales --en su estado puro, también contínuamente autorrevolucionarias--, son idóneas para que el único límite a la innovación y la libre competencia sean la capacidad creativa, la voluntad y el emprendimiento de los seres humanos.

En cambio, los sistemas --ahora sí, propiamente dichos--, que se oponen al capitalismo, limitan y prohíben precisamente todo aquello. Limitan la acción de los individuos con el propósito de someterlo a una idea enajenante: los dioses, la nación, la patria, o la lucha contra enemigos fastasmas. Y por algo tales ideas se sostienen en pseudo teorías que niegan la existencia del individuo o, como hacen siempre con todo lo que no les sirve, la convierten en parte de un relativismo cultural (curiosamente sus axiomas doctrinarios son absolutos).

Dicho todo esto: ¿qué está pasando en el mundo con esta crisis? Veamos. Ya me han leído muchas veces decir que el problema de la crisis cíclicas no nace en el capitalismo, sino en el socialismo monetario. Lo cual es cierto. Pero estas crisis en sí son un aspecto intrínseco al capitalismo en el sentido en que consisten en una reacción que sanea el mercado de los efectos acumulativos del intervencionismo, en particular sobre las tasas de interés. Y cuanto más se interviene en la economía para evitar la crisis, más profunda va a ser la reacción.

Y esto es lo que está ocurriendo con esta crisis en particular. La crisis del año 2000 en estados unidos fue combatida con una reducción drástica de las tasas de interés ofrecidas por la Reserva Federal, pero no fue más que la gestación de la presente, la cual fue profundizada más y más con las acciones de recortes de tasas de este año. Esto lo vengo anunciando ya desde hace meses en este mismo blog.

La caída de grandes bancos de inversión e hipotecas son entonces un proceso de saneamiento de un problema que es cíclico, simplemente porque el origen siempre está ahí y nunca desaparece: los bancos centrales, es decir, la herramienta que los estados utilizan para estatizar el dinero.

Y si el parlamento vota finalmente el gigantesco rescate financiero con el objeto de evitar que más empresas caigan, significaría el robo más grande de la historia que un estado ha propiciado sobre sus contribuyentes con el sólo propósito de seguir manteniendo vivo su monopólico negocio del dinero y las empresas que más se enriquecen con tal sistema.

Lejos de lo que dicen los políticos del gobierno de Bush y, curiosamente, sus patéticos archienemigos latinoamericanos, no hay ningún apocalipsis venidero. Estados Unidos no necesita del billonario subsidio al sistema financiero para recuperarse. La economía más fuerte y desarrollada del mundo podrá sobrellevar la crisis como siempre lo hizo. Y el capitalismo no está llegando a su fin. La crisis no tiene origen en el capitalismo sino en el socialismo monetario, y el capitalismo sigue su curso no gracias a este intervencionismo, sino a pesar de él. Entorpecido por él, pero sigue su marcha. Incluso el capitalismo global está aprendiendo a derribar las barreras de los intervencionismos estatales.

Las fuerzas que constantemente fortalecen al capitalismo son la libre competencia y la innovación proveniente de la acción de infinidad de individuos creativos, con visión y capacidad de emprendimiento. Lo que falla, lo que es ineficiente, es rápidamente sustituido por lo más eficiente. Lo que un día parece eficiente, al otro no lo es. Y eso es lo que permite a las sociedades más capitalistas vencer rápidamente las dificultades y revolucionarse todo el tiempo.

En cambio, lo contrario sucede en las sociedades más intervencionistas, donde las relaciones sociales se estancan y se generan verdaderos sistemas de clases sociales, con una oligarquía o un grupo de burócratas con privilegios y poder, y el resto de la sociedad sometida a sus designios y su "iluminación". Estas son sociedades donde no se puede emprender libremente, donde no se puede innovar, donde no se puede ofrecer algo mejor que lo que se está ofreciendo, donde una clase burócrata no acepta cambios ni fuerzas individuales emprendedoras que amenacen su autoridad y la dependencia del pueblo de ellos. Y esto establece una situación donde el desarrollo de mejores medios de vida se estancan, y donde los individuos no pueden autorrealizarse libremente.

Si el capitalismo cae no va a ser por su propio peso, como preconizaron y aún preconizan ilusionados los principales ideólogos marxistas. El capitalismo sólo puede desaparecer allí donde los pueblos caen víctimas del facilismo populista y paternalista de líderes megalómanos y autoelegidos, allí donde los pueblos se sienten amenazados por su propia libertad y necesitan de alguien que les diga qué hacer.

En el mundo real, son éstos los regímenes que se caen por su propio peso. Porque sus estructuras esculpidas en roca no se adaptan a los cambios, porque sus estructuras productivas se degradan paulatinamente, porque las cuentas no dan, porque necesitan de enormes impuestos para sostenerse, porque se vuelven rápidamente corruptos, porque necesitan recurrir a la máquina de emitir billetes, porque quienes pueden provocar cambios son neutralizados, o emigran, o no son bienvenidos, o el producto de sus esfuerzos se expropia para satisfacer la voracidad y mendicidad del pueblo. Porque como consecuencia de todo esto la economía, esa fuerza totalmente ignorada por ellos, tarde o temprano explota en su cara.

No es casualidad que las doctrinas que ignoran a la economía también ignoran y denostan al individuo. Aceptar la existencia del individuo es el primer paso para entender cómo funciona la economía. Pues las leyes de la economía no son un invento y una imposición de nadie, sino que provienen de las acciones de los individuos.

Todos los fracasos de todas las economías planificadas, incluyendo la actual crisis, provocada por la planificación central del nivel de las tasas de interés, son la prueba viva de que los individuos existen, a pesar de todas las teorías que pregonan su inexistencia.

Y no olvidemos que si las economías de estos países se mantienen en pie, no es porque hayan aplicado un modelo eficiente de producción y trabajo, sino que se sustentan en vender, al mundo capitalista que tanto denigran, sus riquezas naturales, cuya rentabilidad, por medio de los impuestos, o directamente su propiedad, han sido nacionalizadas.

Sunday, June 29, 2008

El caso contra el capitalismo. II. El egoismo, 2da parte.

Artículos previos de la serie.





En el artículo anterior de la serie, se planteó la contradicción del discurso socialista en torno al egoísmo y la solidaridad, entendida explícitamente ésta última como la de dar sin esperar nada a cambio (y el egoísmo, por oposición). Las respuestas no se hicieron esperar, aunque me conformaron plenamente. No sólo porque me aportaron mucho materia sobre el cual escribir (aunque por falta de tiempo aún no lo he hecho), sino porque se admitió que era irreal plantear una economía basada en la solidaridad entendida de esa manera.

Sin embargo, lo que explícitamente se admite como irreal y ridículo, está implícito en el discurso socialista. Es uno de sus axiomas escondidos.

Veamos, egoístas somos todos. Es egoísta el capitalista que defiende su propiedad. Pero también es egoísta el político que gana poder por medio de discursos socialistas demagógicos que esconden la realidad: que es el estado el que no permite que los pobres salgan de su pobreza. También es egoísta el socialista, comunista, cooperativista, o el pobre que simplemente no esconde su filosofía de la mendicidad detrás de esas filosofías pretendidamente altruistas y solidarias, porque están interesados en ser beneficiarios de las expropiaciones y del asistencialismo. O el intelectual que lucra escribiendo filosofía socialista, tanto en el mercado como subsidiado por el estado. Incluso es egoista el socialista que simplemente lo es porque dice que le parece mejor un mundo que atienda sus principios, aunque sea al menos porque piensa que no sale perdiendo, porque las víctimas de la expropación son otros (los que tienen más) y no él.

La diferencia está en qué forma toma ese egoísmo. Pero todos siguen sus intereses. Por lo tanto, todos son egoístas. En el artículo anterior de la serie, entonces, se cuestionó la idea que muchos socialistas filosóficos1 sostienen explícitamente sobre una sociedad basada en dar al otro sin esperar nada a cambio. Tal cosa no tiene nada de solidario. La reciprocidad es un componente esencial en toda sociedad.

En respuesta a esto se ha manejado en los comentarios una versión alternativa del concepto de solidaridad desde el punto de vista de la filosofía socialista, que podría resumirse en la frase "hoy por tí, mañana por mí". Según esta versión, uno entonces ayudaría al otro para después, en el futuro, recibir ayuda de ese otro.

Es una forma de arreglar el problema suscitado por la primer versión, y, muy importante, admite el principio de reciprocidad necesario en toda sociedad libre. Pero que sin embargo enfrenta a los socialistas a otro problema: que una de las prácticas que más cuestionan en el capitalismo, es sin embargo, perfectamente congruente con esa versión de solidaridad: las tasas de interés. Cuando uno presta sin intereses, entonces no recibe nada a cambio. Lo único que recibe en el futuro es el monto del préstamo. Pero eso no es recibir nada a cambio, sino obtener de vuelta lo que ya era suyo. Y no sólo no recibió nada a cambio, sino que surgió un costo: que desde que se efectuó el préstamo hasta que se devolvió plenamente, el prestamista no lo tuvo a su disposición.

En cambio, el que recibió el préstamo sí obtuvo algo: la disposición de ese monto de dinero, durante un período determinado. Lo que le permitió montar un negocio, comprar algo que necesitaba sin tener que esperar a ahorrar el monto necesario, etc. Evidentemente, algo obtuvo, sino no estaría interesado en recibir el préstamo.

Entonces, el préstamo sin intereses, contradice la nueva tentativa socialista: "hoy por tí, mañana por mí." Si aplicáramos esa máxima, admitiendo el principio de reciprocidad, entonces habría que admitir una contraprestación para el prestamista. Es decir, un cobro de intereses. Eso sí que es un "hoy por tí, mañana por mí". Pero los socialistas no lo admiten, con lo cual en realidad, y como dije antes, su filosofía contiene el axioma de dar sin esperar nada a cambio.

Para dar más argumentos a esta última afirmación, observe el lector que exactamente igual se puede razonar para cualquiera de las actividades condenadas por el socialismo filosófico (ver mi artículo publicado hace un año, Los condenados de la división social del trabajo)

Notas

[1] Con socialismo filosófico, y para tratar de terminar con las acusaciones de etiquetación de que soy objeto a veces, me refiero a los principios morales del socialismo, independientemente de los medios elegidos para la consecución de tal fin: socialismo estatista propiamente dicho, comunismo anarquista, cooperativismo, alternativismo, etc. Pero para no repetir demasiado, me referiré en el resto del artículo, y como hice siempre, a riesgo de ser malinterpretado, a los socialistas filosóficos simplemente como "socialistas".

Friday, March 28, 2008

El caso contra el capitalismo. I. El egoismo.

En esta serie de ensayos voy a demostrar las contradicciones lógicas y praxeológicas inherentes a toda crítica al capitalismo. De esta manera, también al mismo tiempo demostraré que toda economía alternativa al capitalismo contiene algún grado de contradicción. Algunas son tan absurdas que resultan imposibles. Otras, son lo suficientemente absurdas como para que no sean sustentables en el tiempo. Otras, simplemente mantienen un discurso lógicamente absurdo, y en la práctica sólo funcionan porque el nivel de socialismo aplicado es lo suficientemente pequeño como para que el basamento capitalista pueda sostenerlo. (*)

La idea esta vez, a diferencia de artículos anteriores, es presentar el caso exponiendo un aspecto por vez, y desde las ideas más simples a las más complejas. De esta manera, cada exposición es más concreta y acotada, y por lo tanto, más fácil de comprender y de discutir.

(*) Aquí, por supuesto, implícitamente estoy diciendo que todo lo que se opone al capitalismo, es de alguna forma socialismo. Pero como muchos socialistas odian que se los encasille como tales, por el momento no voy a insistir en esta idea. A medida que progrese en la serie, se hará evidente que toda crítica al capitalismo se sustenta en algún principio moral o teórico socialista. Pues las únicas alternativas lógicamente concebibles son el capitalismo puro, el socialismo puro, y toda la serie de híbridos intermedios. Pero esto lo dejaré para después.

El caso contra el capitalismo. I. El egoismo.

Uno de los principales ataques al capitalismo, de forma explícita o implícita, consiste en la acusación de que se sustenta en una moral egoista e individualista. Estos ataques, se fundamentan, por supuesto, en la idea de que la economía tiene que ser solidaria, en dar al otro sin exigir nada a cambio, y todas esas ideas que tienen más de románticas que de prácticas, y que se parecen más a un mundo fantástico que a la realidad, presente o posible.

Veamos. Imaginemos entonces que por alguna extraña razón se ha formado una comunidad fundamentada en estos principios solidarios. ¿Qué pasa si uno decide vivir de los regalos que los otros tan noble y desinteresadamente le dan? Es decir, si todos trabajan para darle al otro, entonces yo, más inteligente, podría aprovechar la situación, no trabajar, y vivir de lo que producen los demás.

Si consideramos real semejante situación, tenemos que admitir que esto encaja perfectamente dentro de sus prescripciones morales. Es un sistema hecho a la medida de los egoistas: el egoista va a vivir del solidario. Y el solidario va a seguir manteniendo al egoista, porque el solidario no pide nada a cambio. Su fin es ser solidario.

Pero el solidario no es tan tonto, dirán algunos. ¿Por qué el solidario va a seguir produciendo para el egoista? Al egoista se lo va a separar de la comunidad. Ups! pero entonces... es falso que dicha comunidad se sustente en la solidaridad y en dar a otro sin esperar nada a cambio. Pues del otro se espera que haga exactamente lo mismo. En otras palabras, en realidad es una comunidad sustentada en el intercambio: yo te doy si vos me dás. Es una contradicción lógica decir que "yo te doy sin exigir nada a cambio, si vos me das sin exigir nada a cambio". Salta a la vista.

¿Qué pasó? Pues que el sistema solidario al final no es tal. También se rige por el principio del egoismo, pues este está implícito en el principio de reciprocidad sobre la que se construye toda sociedad.

De esta manera, hemos alcanzado dos alternativas: una presenta una contradicción lógica, otra es una contradicción praxeológica.

El sistema realmente solidario, es una contradicción praxeológica, es decir, es contraria a la forma en que los seres humanos actúan. Nadie en su sano juicio, ni siquiera el más comunista de todos, puede decir que el egoista va a ser mantenido voluntariamente por los demás, sin que éstos reciban nada a cambio por parte del primero. Es decir, al final de cuentas, todos son egoistas. Porque todos exigen algo a cambio.

Por lo tanto, en la realidad sólo es posible un sistema fundamentado en el egoismo. Y como tal, cualquier sistema o comunidad real cuyos integrantes argumenten que es solidario, no hace más que intentar imponer una ilusión ideológico-discursiva lógicamente absurda. Y cualquier propuesta económica que prescriba la solidaridad como principio moral rector, es un imposible fáctico.

Ciertamente que podríamos considerar casos en los que ciertas relaciones no se sustentan en el egoismo. Al menos no en la clase de egoismo del que hablamos, porque estrictamente hablando sí son relaciones egoistas (el caso de los niños mantenidos por los padres, por ejemplo). Pero aún bajo un concepto más laxo de egoismo, para considerar como no egoista esta clase de relaciones, no se puede extrapolar a las relaciones sociales de las que hablamos. Porque un padre admite mantener a sus niños. Y siente placer al hacerlo. Pero no podemos esperar la misma clase de comportamiento y placer para cualquier persona. El egoismo siempre va a dominar en cualquier otro caso: el que siendo capaz de trabajar, no lo hace, no es aceptado en la comunidad. Porque no da nada a cambio de lo que recibe.

Sólo un sistema económico fundamentado en el egoismo es posible en la realidad. Por lo tanto, cualquier argumento en contra del capitalismo que se sostenga en el problema del egoismo, no tiene validez alguna. Y cualquiera que se imagine un sistema solidario, no hace más que imaginarse mundos absurdos.

Monday, April 23, 2007

La división social del trabajo

 Artículo relacionado: Las falacias del proteccionismo.

 

1. INTRODUCCIÓN


Resulta asombroso que desde ciertas posturas ideológicas aún se insista en negar la importancia de la división social del trabajo como medio eficiente para la superación de las condiciones naturales. A veces esta negación es explícita, pero otras veces es implícita, y más difícil de descubrir.

La división social del trabajo es un ingenio del hombre con el propósito de mejorar sus condiciones de vida.

Imaginemos una vida sin división social del trabajo. Todos tendríamos que aprender a hacer todo lo que necesitamos, y tendriamos que disponer de todos los medios necesarios para hacerlo, lo cual implica también tener que fabricarlos por nosotros mismos, y disponer además de todos los recursos naturales necesarios y el tiempo para extraerlos.

El tiempo y los recursos son, lamentablemente, escasos, es decir, no infinitos. Y muy tempranamente los seres humanos advirtieron que si en lugar de consumir el tiempo en hacer todo eso, cada uno produce un excedente de lo que mejor sabe hacer y de lo que más recursos dispone para hacerlo, este excedente puede ser intercambiado con quienes a su vez tienen su propio excedente en otra clase de producción o actividad, y el resultado era un enorme ahorro de tiempo personal que podía ser utilizado mucho más eficientemente, y por lo tanto, una abundancia cada vez mayor de bienes y servicios y/o de cada vez más tiempo libre.

Con la división social del trabajo se hizo posible para los intercambiantes acceder a más productos mucho más fácilmente, es decir, más económicamente, con menores costos. E incrementar así su nivel de vida.

Como primera observación, tenemos aquí un medio, la división social del trabajo, que nació espontáneamente, del descubrimiento de algunos y de la imitación de otros, y que mientras unos están conscientes de su necesidad, otros no, e incluso lo niegan. Pero aún así recurren a ella, y no porque alguien se los imponga, sino porque les conviene. Aunque se les aparezca como algo dado e impuesto por las costumbres sociales, sólo basta que dejen de utilizarlo para darse cuenta de lo ventajoso que es. Y esto es así siempre. No es una limitación de tal o cual régimen o sistema. Es una limitación humana. Ningún ser humano tiene la capacidad ni los medios para producir o lograr todo lo que necesita por sí mismo. Ni siquiera aquellos con más dinero. Es más, si tuvieran esa capacidad no necesitarían tener dinero, no valdría nada para ellos.

La eficiencia de la división social del trabajo con el propósito de superar las condiciones naturales del individuo es objetiva. No es subjetiva, ni metafísica, ni ideológica, ni moral1. Es un producto de la mente humana, y es un medio al que recurren los individuos que interactúan en una sociedad buscando superar las condiciones naturales. He aquí entonces un primer elemento objetivo e inobjetable del análisis praxeológico. Objetivo, espontáneo, no impuesto. Además, evolutivo, porque surge por acumulación de experiencias, y consuetudinario, porque requiere de conductas coordinadas de sus pares, que también se ven beneficiados, y que también aprenden por acumulación de experiencias, descubrimiento e imitación.

Ciertamente que no estamos diciendo aquí que con la división social del trabajo todos tienen acceso a todo mágicamente. Pero, por un lado, su desarrollo provee una superación creciente de esas limitaciones. Y por el otro, la limitación o la abolición de la división social o el intento de superar la dependencia de ella en organizaciones autárquicas no hace más que conducir al resultado inverso: la escasez generalizada, y un decreciente acceso a los bienes y servicios cada vez más básicos. Sencillamente porque se está imponiendo la tarea de tener que desarrollar medios propios cuando otros ya lo tienen y ofrecen su producto. Y desarrollar medios propios implica una gran inversión en tiempo, recursos materiales y esfuerzo humano que deben ser redirigidos desde las actividades productivas ya existentes, afectándolas negativamente.

[1] En todo caso, lo que puede clasificarse como moral o ideológico es el fin mismo de superar las condiciones naturales. Pero ese fin no sólo no lo niegan, sino que lo reafirman, todas las ideologías que pretenden, literalmente, mejorar el nivel de vida del ser humano eliminando consciente o inconscientemente la división social del trabajo. Se observa en estos casos una confusión ideológica entre fines y medios. Por lo menos ninguno de ellos admite que cuando hablan de mejorar el nivel de vida del ser humano se refieren a volver al estado de pobreza natural del hombre.

2. LOS CONDENADOS DE LA DIVISIÓN SOCIAL DEL TRABAJO


En la introducción, explicamos cómo éste sistema de cooperación hace posible el acceso mucho más eficiente y económico a todo tipo de bienes y servicios:

En esta sección iremos más lejos. Analizaremos la función que cumplen determinadas actividades económicas que son condenadas como inmorales, e incluso innecesarias, desde las posturas ideológicas románticas de tradición socialista. Y veremos que con ellas sucede exactamente lo mismo que con cualquier otra función en la división social del trabajo.

Intermediarios


En su forma más sencilla, podemos decir que los intermediarios son aquellos que compran para vender a un mayor precio. Su ganancia proviene de esta diferencia de precios entre el producto comprado y el producto vendido. Esto es condenado desde las posturas ideológicas mencionadas porque según ellos, el intermediario no produce nada y gana dinero sin hacer nada, sin trabajar. El productor podría ganar más, y el consumidor podría comprar más barato, si no existiera el intermediario. El intermediario sólo engaña a ambos, y lucra con ese engaño.

Sin embargo, si intentamos no caer en explicaciones superficiales, veremos qué hay detrás de todo esto. En primer lugar surge la siguiente pregunta: si es tan tramposa la acción de los intermediarios, ¿por qué se recurre tanto a ellos? Es más ¿por qué incluso aquellos que afirman la existencia de ese engaño, recurren a ellos? (almacenes, supermercados, comercios de toda clase). No existe ninguna obligación legal de hacerlo, y sin embargo, se hace.

El intermediario acerca los productos a los consumidores. Sin ese acercamiento, el productor vendería menos o no vendería nada. Y el consumidor consumiría menos o no consumiría. Imaginar qué pasaría sin la función del intermediario: el consumidor tendría que recorrer enormes distancias para adquirir los productos que necesita directamente de los productores, o los productores tendrían que recorrer grandes distancias para acercar sus productos a posibles consumidores. Ambas cosas son en principio viables. Es más, lo típico en mercados sencillos es la existencia de ferias periódicas de productores. Aún en el día de hoy siguen existiendo las ferias. Sin embargo, al contrario de lo que dicen quienes cuestionan la función del intermediario, los costos tanto para el productor como para el cliente son mucho mayores sin ellos. El intermediario de hecho gana dinero reduciendo los costos para todos, y no aumentándolos.

Es muy claro que si el productor vende a supermercados y almacenes, sus ventas se incrementan sustancialmente en comparación con disponer de un puesto en una feria. No sólo es un beneficio para el productor. También es un beneficio para el consumidor, que puede acceder a mucha más variedad de productos a precios más convenientes, dada la competencia que se genera. Es cierto que muchas veces en las ferias se pueden encontrar productos más baratos (aunque de calidad variada). Pero una de las razones es, justamente, que tienen que competir con los grandes almacenes y supermercados, que ofrecen grandes ventajas al consumidor.

Se podría argumentar que los productores podrían establecer sus propios almacenes, supermercados y sistemas de transporte cooperativos, y así evitar darle ganancias a los intermediarios. O que los consumidores podrían crear sus propias cooperativas de consumo, y establecer su propia infraestructura de transporte y almacenes.

Este argumento es irrelevante. Primero, que aún así, la función del intermediario sigue existiendo. Sólo que los propios productores, o los consumidores, lo asumen, dependiendo del caso. Pero fundamentalmente, el hecho de que existan intermediarios separados de los productores o consumidores, es exactamente la misma razón por la que existe la división social del trabajo: la especialización y los costos. Es mucho más económico pagarle a otro que desarrollar uno mismo las capacidades, organización, e infraestructura para producir todo lo que uno necesita, o proveerse de todos los servicios que uno necesita. Y si un productor invierte tiempo, dinero, capital y recursos técnicos, si es que dispone de ellos, en infraestructura de este tipo, lo debe hacer al costo de renunciar a invertir todo eso en mejorar y expandir su producción. Al mismo tiempo, si una cooperativa de consumidores invierte sus recursos, si es que los tiene, en toda la infraestructura para establecer una cooperativa de consumo, los socios deben renunciar a invertir sus recursos en otra cosa, o a consumirlos. Toda inversión puede traer beneficios, pero también implica costos. La decisión depende de la valoración relativa entre los costos y los beneficios.

La falacia proviene de creer que el dinero es el único recurso que se pone en la balanza de costos y beneficios, cuando de hecho entran muchos otros factores en la ecuación, que ya mencionamos: tiempo, esfuerzo (mental y físico), capital, recursos naturales, etc. Por eso es posible decir que pagándole a otros en lugar de hacerlo uno mismo, puede resultar más económico. En eso consiste precisamente la ventaja de la división social del trabajo. Además, como dijimos, precisamente esa economía de recursos es la que permite producir aún más, y por lo tanto, a la larga reducir los precios y beneficiar aún más a todos.

Arrendadores


Otra actividad condenada por las tradiciones socialistas es la que practican los que ofrecen alquilar un bien. Nuevamente, nos enfrentamos exactamente al mismo problema. Nadie obliga a nadie a alquilar un bien. Debemos ver por qué entonces lo hace, y en el caso de los alquileres, la solución es tan sencilla como el caso de los intermediarios. Quienes alquilan simplemente lo hacen porque comprar un bien equivalente les cuesta mucho más tiempo, y la solución se necesita en el corto plazo, y no en el largo plazo. Es posible que a la larga terminen pagando más, aunque eso depende del caso particular. Pero aún así, los costos involucrados cuando uno toma la decisión de alquilar algo no es sólamente el dinero que paga en total. También está el costo en tiempo, lo cual es determinante. Si yo necesito un lugar para vivir, y no tengo recursos para comprar una casa, el alquilar es una solución, no una imposición o un engaño del arrendador. Si yo alquilo, es porque me sirve alquilar. El arrendador me está proveyendo la posibilidad de acceder a una casa o apartamento. No tengo la obligación de aceptar esa oferta. Si pienso que quien alquila me está estafando porque gana algo sin hacer nada, puedo buscar hacer mi propia casa. Y si no tengo los medios para hacerla, no es una situación que el arrendador me haya impuesto. Es la misma condición que hace que exista la división social del trabajo en todos los aspectos de la vida en sociedad: nadie tiene la capacidad y los recursos de hacer todo por sí mismo.

Es más, si no existiera arrendador alguno, no tendría otra opción que vivir en la calle. Mi situación no se solucionaría mágicamente con la inexistencia del arrendador.

Por supuesto, podría argumentarse que sin el arrendador, yo podría hacer usufructuo de la casa sin tener que pagarle a nadie. Totalmente falaz, porque jamás se analiza cómo llegó a ofrecerse esa casa en alquiler, en primer lugar, y cómo es que esa casa existe (no la fabricó la naturaleza, seguramente). Si suponemos que existen leyes (o una moral) que prohiban la existencia de los alquileres, entonces ¿por qué los propietarios de esa casa ofrecerían usufructuo gratis de esa casa y se irían a otra? Sería mucho más económico para ellos directamente quedarse y ocuparla. O ponerla a la venta, con lo cual la situación de los que no pueden comprarla no puede solucionarse.

Si a continuación se nos dice que hay que obligar a quienes tengan más de una propiedad inmobiliaria, a que permitan su usufructuo gratis, no resolvemos nada. ¿Con qué propósito alguien entonces va a querer adquirir siquiera una segunda propiedad? ¿para que le quiten el usufructuo de la primera? Si se responde que en caso de que el potencial arrendador no adquiriera la casa, la podría adquirir otro para su usufructuo y no para arrendarla, sí, es posible. Sin embargo, esto no sólo no evitará que quien no tenga el capital suficiente para adquirir una casa no pueda adquirirla, sino que su situación va a ser peor, porque no dispondrá de esa casa tampoco para alquilarla.

La existencia de arrendadores tiene una razón: la demanda de alquileres. Sin esa demanda, no existe posibilidad de rentar con el alquiler de un bien. Y si existe una demanda, pero la oferta de bienes en alquiler no existe o está de alguna manera limitada o prohibida, la demanda no puede ser atendida, con lo cual su situación es peor que si existiera la tan condenada oferta. En muchísimos casos obligaría incluso a caer en la precariedad a mucha gente. Sólo existiría un mercado de compra-venta, y aquellos que no pueden acceder a la compra, no pueden solucionar su situación, o tendrían que hacerlo por medios más costosos. Tal vez podría construirse su propia casa, pero implicaría desviar recursos (tiempo, esfuerzo, materiales) en construir una casa, desde el uso en otras actividades económicas (trabajar para mantener una familia, obtener otros bienes, etc.)

Nuevamente, acá no se está justificando la existencia de los arrendadores. Sólo se está explicando por qué existen: porque existe demanda de ellos. Nada más y nada menos. Y el que no quiera recurrir a un alquiler, no está obligado a hacerlo por otra cosa que no sea la causa última de la división social del trabajo.

Usureros y prestamistas


Este caso es básicamente el mismo que el caso del arrendador. Quien recurre a un préstamo a cambio de intereses, es porque no tiene los recursos para adquirir el dinero que necesita en el tiempo que lo necesita. Quien no quiera recurrir a un préstamo porque está en contra del cobro de intereses, que no lo haga.

Si prestar dinero a cambio de un interés estuviera prohibido, entonces ¿qué interés tendría alguien en prestarlo? Y si es obligatorio prestar los ahorros propios a interés cero, entonces ¿qué interés tendría alguien en ahorrar, si cuando quiere disponer de esos ahorros no puede hacerlo porque alguien más está haciendo usufructuo de ellos? Como de todas forma el ahorro es absolutamente necesario en la vida económica de las personas, aunque sea para enfrentar imprevistos, se recurriría a esconder los ahorros y alejarlos de la vista del Estado. Es más, los mismos burócratas del estado que promulgaron la ley, lo harían.

Nuevamente, la prohibición de la usura y de los intereses no soluciona nada. Al contrario, reduce prácticamente a cero el capital disponible para prestar, con lo cual quienes necesitan capital para desarrollar sus actividades, no lo tendrían disponibles. Estarían obligados a hacer todo por sí mismos, con los costos implicados en tiempo y esfuerzo. Ni que decir el efecto que tendría sobre la capacidad tecnológica del ser humano, que necesita de una gran acumulación de capital para poder desarrollarse. De hecho lo que caracterizó el estancamiento de la edad media y condujo a la sociedad humana a esa etapa de la historia fue la prohibición del interés.

Por otro lado, la existencia de las tasas de interés es precisamente lo que incentiva la actividad del prestamista, y por lo tanto la disponibilidad de capital para quienes no disponen de él. Es exactamente lo mismo que la venta de cualquier producto en el mercado. La razón por la cual, para repetir el mismo ejemplo, yo pago para disponer de capital en lugar de intentar acumularlo yo mismo, es la misma razón por la cual yo pago por un aparato de televisión en lugar de intentar fabricarlo por mi mismo. La misma razón por la cual hay televisores en el mercado (que hay demanda de ellos) es la misma razón por la cual hay prestamistas (hay demanda de ellos). Si se promulgara una ley que obligara a los fabricantes de televisiones a darlos gratis, no habría ningún fabricante de televisión interesado, y por lo tanto, no habrían televisores disponibles en el mercado. Exactamente lo mismo ocurre con los prestamistas.

El empresario capitalista


Para terminar, llegamos finalmente al caso del capitalista empresario, es decir, aquel que dispone de bienes de producción y contrata mano de obra asalariada. El némesis de las doctrinas socialistas. El explotador por excelencia. Sin embargo, todo lo anterior es igualmente válido también para este caso. El trabajador que busca trabajo en una empresa, lo hace por la necesidad que le impone sus circunstancias, porque es mucho más costoso para él desarrollar o adquirir los medios para trabajar de forma independiente, o porque gana más trabajando para una empresa que de manera independiente, y no porque el empresario lo obligue.

Si estuviera prohibida la actividad del capitalista, lo único que se logra es que los trabajadores estarían obligados a subsistir con sus propios medios de producción, si es que los tiene. Y si no los tiene, tendrá que desarrollarlos por sus propios medios. Y si no puede, sufrirá las consecuencias de no poder recurrir a un trabajo asalariado, que no es otra cosa que una opción más, y no algo impuesto por nadie.

Y si se argumenta que sin capitalistas todo el mundo podría acceder a los medios de producción de forma libre, sin tener que trabajar para nadie, no hace más que repetir el argumento falaz que vimos en los casos anteriores. Pues es gracias a la acción de acumulación del capitalista que existen esos medios de producción, en primer lugar. Si estuviera prohibida la acción del capitalista ¿qué interés tendría alguien de acumular medios de producción? ¿sólo para usufructuo de otros? Sería mucho más económico para sí esforzarse menos y acumular menos. Tan sólo lo necesario para usufructuo propio. Y así los que no tienen los medios para hacer esto, tienen menos opciones de subsistencia. No pueden acceder al capital acumulado por otros.

Quien argumente que no es necesaria la existencia de los capitalistas, y que los trabajadores pueden hacer todo por sí mismos, lo único que hace es repetir el mismo argumento erróneo que intenta rebatir la necesidad de la división social del trabajo.

Y quien argumente que es gracias al trabajador que el capitalista acumula capital, no gana nada. Porque por un lado, con este argumento no puede negarse que la acción del capitalista es factor necesario para la creación de dicho capital. Y por el otro, el trabajador recibe un salario por su trabajo, de la misma forma que un productor recibe un monto de dinero por lo que produce y logra vender. Si vamos a decir que al trabajador le corresponde parte de la propiedad de los medios de producción del capitalista porque sin su acción, ese capital no sería posible, entonces tenemos que decir que todo aquel que compra un producto, debe aún así reconocer la propiedad de ese producto al productor, porque fue el productor quien lo fabricó. Sin embargo, el productor, al vender su producto, está voluntariamente pasando la propiedad de él al comprador. Y el comprador difícilmente pagaría por un producto del cual sólo podría disponer bajo la decisión de otro. De la misma manera, si un trabajador vende su capacidad laboral, está voluntariamente aceptando la propiedad del producto de su trabajo al capitalista. El trabajador sabe de antemano que va a suceder así, y no tiene ninguna obligación de aceptar.

Y si un trabajador no está de acuerdo con lo que le pagan, nadie le obliga a que trabaje para ese empresario. Si a pesar de eso el trabajador no tiene más remedio que aceptar el trabajo, no es debido a que el empresario le obligue a hacerlo. Son sus circunstancias las que lo llevan a eso. Si el empresario no estuviera ahí para ofrecerle trabajo, la situación del trabajador no mejoraría. Al contrario, conservaría la situación precaria previa al establecimiento del contrato de trabajo.

Al igual que los restantes casos, no se está justificando la existencia de los empresarios capitalistas. Se está explicando por qué existen: porque existe demanda de ellos por parte de quienes no tienen los recursos (materiales, tiempo, o de conocimiento técnico) para desarrollar o adquirir sus propios medios de producción.

3. DEVALUACIÓN Y DIVISIÓN SOCIAL DEL TRABAJO


Imaginemos un individuo que trabaja para sustentarse a sí mismo y su familia. No se necesita convencer a nadie de que este individuo gozará de mejor situación económica cuanto más se le pague por su trabajo, y por lo tanto, cuanto más pueda adquirir y/o ahorrar sin que por ello tenga que trabajar más tiempo, o sea, vender más. Es decir, tanto mejor cuanto menos necesite vender para comprar o ahorrar lo mismo. Nadie vende por el fin mismo de vender, sino como forma de obtener algo que valora más: el dinero que recibe a cambio, que le será útil en el futuro inmediato o más lejano.

Pues bien, existe la creencia popular generalizada, alimentada por discursos de políticos y economistas, o bien ignorantes o bien cómplices de ciertos sectores productivos, que sostiene exactamente lo contrario: que cuanto más barato vendamos y más caro compremos, mejor para la economía del país.

Mediante el discurso de que favoreciendo las exportaciones, de que vendiendo más, el país se desarrolla y se genera trabajo, se justifican y se legitiman frente a la opinión pública, las políticas de devaluación monetaria que en los hechos sólo favorece a los exportadores, históricamente asociados al poder político, sobre todo en los países latinoamericanos y en otras regiones subdesarrolladas.

¿Y qué significa devaluación de la moneda propia en relación a la divisa internacional, sino devaluación del propio trabajo? Cuanto más se devalúa la moneda local en relación a la divisa internacional, los exportadores pueden bajar más sus precios frente al mercado internacional y posicionarse competitivamente. Pero esto significa incrementar el poder de compra del mercado extranjero en relación a nuestros productos, y al mismo tiempo reducir el poder de compra del mercado local frente a los productos importados. Si fuera cierto que el capitalismo (en este caso, el capitalismo internacional) fomentara naturalmente el flujo de riquezas desde los países más pobres hacia los países más ricos, entonces ¿cuál es la necesidad de devaluar para favorecer aún más ese flujo? Y sin embargo, nuestros gobiernos, incluyendo algunos que se rodean de un discurso populista contra el capitalismo mundial, devalúan constantemente mediante el poder político que tienen sobre el monopolio de facto de la emisión de dinero: los bancos centrales, que en definitiva terminan siendo un instrumento de política corporativa.

Ningún individuo es capaz de ser autosuficiente y producir todo lo que necesita. Por eso es que participa de la división social del trabajo. Además nada tiene de malo que así sea. Y cualquiera con un mínimo de comprensión de este mecanismo social puede apreciar que si uno se esforzara por ser autosuficiente y producir todo lo que necesita, la calidad de vida no mejoraría sino muy al contrario se vería muy menoscabada. Entonces ¿por qué pensar que adquiriendo bienes de otro país en lugar de producirlo en el propio implica alguna especie de obstáculo al desarrollo? Importar es comprar fuera de fronteras. Pero las fronteras son artificiales. Económicamente da lo mismo que la producción provenga del extranjero o que provenga del mismo país en que uno vive. Importar es fundamental para el desarrollo porque permite adquirir bienes de consumo o de producción que no se producen en la economía nacional, o que se producirían a mayor costo en recursos, esfuerzos, con menor eficiencia y a mayor precio. E importar es fundamental para el desarrollo de una enorme cantidad de sectores productivos, generando también puestos de trabajo y mayor calidad de vida. Además, a mayor volumen de importaciones, mayor demanda de divisa internacional que incrementa los beneficios del sector exportador. Es decir, las importaciones son un fuerte incentivo natural de las exportaciones, sin necesidad de devaluar el trabajo propio, que es en definitiva una de las causas del flujo de riquezas los países más ricos, flujo del que tanto habla el discurso anticapitalista. Y sin embargo, como vemos, ese fenómeno es precisamente provocado por lo contrario: el proteccionismo que según nos dicen, es necesario para frenar los abusos del diabólico capitalismo mundial.

Y a la inversa, las exportaciones son un fuerte incentivo natural de las importaciones, pues las exportaciones incrementan la oferta de divisa en el mercado local, lo cual hace bajar el precio de las importaciones. En definitiva, cuanto más uno compra, más tiene que vender para seguir haciéndolo. Y cuanto más uno vende, más puede comprar. Pero esto es sólamente válido cuando no se manipulan las tasas de cambio. Y he aquí precisamente la trampa en la que el discurso devaluacionista nos hace caer. Porque mediante la devaluación vendemos más, ciertamente, pero la propia devaluación se encarga de que con las divisas extra obtenidas, el poder de compra al exterior no aumente al mismo ritmo (incluso puede bajar).

El principal mecanismo de devaluación que aplican los bancos centrales es el retiro y retención de divisa del mercado local mediante la compra que sólo es posible con una emisión de dinero con ese fin. Esta retención tiene además el objetivo de incrementar las reservas del banco central y utilizar parte de ellas para el pago de la deuda externa. Es decir, aquí descubrimos otro fin detrás de la devaluación que no es otra cosa que el pago de esta deuda y sus intereses con el trabajo adicional de la sociedad como consecuencia de la devaluación. El mayor flujo de riquezas hacia afuera es entonces la forma que tenemos de pagar esa deuda. Contraida, por supuesto, por el excesivo gasto público del Estado, y no por elección de la sociedad. Pero quien carga con esa deuda es la sociedad. Lamentablemente parte de esa misma sociedad en muchas ocasiones, y por medio, nuevamente, del discurso político que la convence, es la que acepta y apoya ese excesivo gasto público, con la falsa idea de que a mayor gasto público más trabajo y desarrollo.

Al limitar de esta manera la oferta de divisa, la demanda insatisfecha incrementa los beneficios del sector exportador en el mercado local, es decir, expresado en moneda local. El exportador puede colocar sus productos a precios más competitivos en el mercado internacional. Este proceso tiende a restablecer una mayor oferta de divisa. Pero mientras ejerce esta tendencia, a igualdad de otras condiciones, el precio de la divisa es mayor que antes de la devaluación. De manera que los precios de los bienes importados también son mayores expresados en moneda nacional, con lo que las importaciones se ven desincentivadas en favor de mayor demanda de productos del mercado local. Adicionalmente, una mayor demanda extranjera y local de bienes producidos localmente, también generan una suba inicial de precios de la producción local.

Es posible que esto incentive el desarrollo de los sectores económicos exportadores, pero hay que tener en cuenta que los precios de los insumos importados aumentan, con lo que dicho desarrollo puede ser bastante relativo en muchos casos. En cambio, el resto de los sectores económicos se ven claramente perjudicados. En los hechos la devaluación tiene el efecto de que el mercado en el que se aplica, participa con desventajas en la división global del trabajo. Es decir, el resultado neto es que se reduce la capacidad de compra del mercado local sobre el mercado externo e interno, y al mismo tiempo se aumenta la capacidad de compra del mercado externo sobre el local. Todo lo contrario a defender los intereses de los consumidores locales. Al final del día, la devaluación no fue más que un subsidio escondido que toda la sociedad paga a los exportadores por su falta de competitividad, competitividad que adicionalmente se ve mermada precisamente por la propia devaluación, por otras medidas proteccionistas y sobre todo, por los impuestos.

Los exportadores no son los únicos beneficiados de este proceso. El propio estado también incrementa en sus arcas las reservas de divisa como consecuencia de los impuestos a las exportaciones y la compra directa de divisa en el mercado local. Y es por esto que exportadores y gobierno son una asociación mutua muy útil, sobre todo para el gobierno, a expensas del resto de la sociedad: el gobierno puede quitarle más a los exportadores siempre y cuando mantenga un tipo de cambio "competitivo" que compense las pérdidas. Vemos así cómo la devaluación entonces también es una treta del gobierno para obtener las divisas que necesita para vilipendiarla en el sostenimiento de su poder.

Debemos entender que, para que la devaluación siga teniendo el efecto buscado por sus partidarios, debe ser sostenida indefinidamente por el banco emisor. A medida que ingresa divisa por medio de las exportaciones, el banco los debe ir retirando del mercado local mediante la emisión, manteniendo así un tipo de cambio favorable a las ventas al exterior. Porque el propio incremento en el ingreso de divisa extranjera provoca una devaluación de la divisa, es decir, una revaluación de la moneda local en relación a la divisa. Este procedimiento, por un lado genera los trastornos asociados a toda expansión monetaria. Pero por otro genera una expansión artificial de la producción exportadora, que luego, al reflujo de la revaluación, y nueva pérdida de competitividad por sobreoferta exportadora, se percibe como atraso cambiario.

Incluso con récords de ventas los exportadores insisten en que “hay atraso cambiario”. En realidad, lo único que quieren es seguir beneficiándose más del intervencionismo estatal, expandir más sus ventas, a costa del resto de la sociedad. Si se busca mejorar la competitividad de los exportadores, la solución es reducir los impuestos y los gastos estatales.